PIF-044

Anomalía Registrada
Designación FAR-044
Lugar de Contención Base-76, India, Punjab, Chandigarh
Jefe de Investigación Sri Kumari
Personal de Asistencia especialista Emmanuel Grouchy
Designaciones
Clasificación Flavo
Tipos de Peligros Leyenda, Consciente, Sapiente, Elemental
Interés Investigación - Alto
Nivel September

Departamento Asignado: Departamento de Elementalismo, Departamento de Parazoología, Departamento de Mitología

Región Continental: Sur de Asía

Organización de Contención Asignada: Orden del Juramento de Salomón de la Gran Jerusalén


Información de Control


Protocolos de Seguridad: Cada FAR-044-A debe estar contenido en una sala para humanos anómalos de bajo riesgo en la Base-76, en el Sector D. Los individuos deben ser alimentados cuatro veces al día. Se les debe permitir el acceso a zonas recreativas, así como a un pasillo de baños exclusivos para los individuos por separado. Debido al bajo riesgo que representan debido a sus comportamientos completamente tranquilos, solo se les deberá vigilar y escoltar con un grupo de dos guardias de seguridad. A causa del estado desconocido de FAR-044-B, no hay medidas de contención hasta el momento.

Descripción Física: FAR-044-A-01 a FAR-044-A-8 son un total de ocho sujetos humanos de ascendencia hindú, con nos 50 años aproximadamente. Visten una chola Sij (traje de guerrero Sij), con las telas desgastadas y de color entre verde y azul desteñidos. A su ves, poseen en su piel en cada parte de su cuerpo polvo y trozos de hormigón seco, algunos con grietas y otros con pedazos caídos. Los órganos internos no demuestran ninguna anormalidad, así como no tienen ninguna particularidad física extraordinaria.

FAR-044-B es un ente que está representado que hasta el momento, solo se le ha encontrado en una representación artística y mitológica (ver Anexo A). Su confección física es la de un león de pelaje rojizo con dos cabezas, con cinco extensiones tentaculares carentes de ventosas que sobresalen de la espalda, una única melena compuesta por llamas grises y piedras minerales no identificadas flotando a su al rededor, garras de tipo reptiloide en lugar de felinas (así como una distorsión en las patas similar a las de los reptiles) y una carencia de ojos, habiendo solo cuencas vacías.

Descripción de Capacidades Anómalas: Cada FAR-044-A no posee ninguna característica mágica sorprendente, aparte de la adherencia inusual del hormigón. No recuerdan nada de sus vidas pasadas, sus órganos internos no han padecido por el tiempo y se mantienen completamente en funcionamiento y en estado saludable, no han mostrado alguna habilidad de manejar o utilizar magia u otras prácticas. FAR-044-B, en cambio, se desconoce cualquiera de sus capacidades anómalas, debido a que nunca (hasta ahora) ha sido avistado por operativos de la Unión. Sin embargo, se presume que sus propiedades mágicas serían, presumiblemente, extremadamente peligrosas.

Descubrimiento: Cada FAR-044-A fue descubierto en una excavación de una empresa británica presente en los años de 1860 con las intenciones de encontrar una mina que fuera explotable. Sin embargo, terminaron descubriendo un total de 8 sarcófagos de piedra tallados a mano y de una antigüedad desconocida. La parte exterior de la tapa de los sarcófagos tenían grabados a color de un león anómalo correspondiente con la representación artística de FAR-044-B. Cuando los trabajadores abrieron los sarcófagos, se encontraron a los FAR-044-A cubiertos de hormigón solidificado en sus pieles y por encima estando sus vestimentas, supuestamente fallecidos. Cuando retiraron los cuerpos de los ataúdes (según el testimonio de uno de los operarios entrevistados) comenzaron a moverse. Los cadáveres rompieron y agrietaron el hormigón, hasta que pudieron tener libre movimiento de sus miembros.

Luego de esta escena traumática, algunos de los jornaleros decidieron retirarse de la zona de trabajo para mantener la distancia, mientras que otros intentaron hablar con los individuos renacidos. Preguntaron cosas como "¿Por qué terminaron así?", "¿Cómo han sobrevivido?", "¿Qué recuerdan antes de estar en los ataúdes?". Sin embargo, debido a las barreras lingüísticas, no pudieron establecer una conversación entre ambas partes. Tras varios minutos de una situación incómoda y extraña, uno de los empleados decidió llamar a un grupo de policía colonial de Chandigarh que se encontraban en la carretera hacia la mina. Aunque los policías le tildaron al inicio de loco, decidieron ir a ver igualmente. Cuando el grupo de policías se encontró con los FAR-044-A, uno de los polizontes (William S. O'More) activó una bengala azul, llamando la atención de un equipo perteneciente a FOE-44-Dragons "Telescopios Terrenales" que arribó a la zona para establecer el orden. Los policías y los empleados fueron dormidos por medio de gas ██████, posteriormente se retiraron a cada FAR-044-A en dos vehículos de transporte a motor hasta la Base-76 para su contención e investigación. Ninguno de los entes opuso resistencia alguna.


Documentos Adicionales


Anexo A: El investigador Sri Kumari decidió tomar el caso bajo sus manos y comenzar una serie de entrevistas con cada FAR-044-A. Sin embargo, ninguno de ellos respondía a las preguntas que se les hacían, ni siquiera en su lengua natal (el hindi) o lenguaje de señas. Aun así, cada uno concedió un pergamino que por delante tenía un mensaje en lo que parecía ser chino tradicional, mientras que en el lado opuesto había una representación artística en forma de grabado, correspondiente con la forma física de FAR-044-B. Los textos han sido traducidos al español y se mostrarán a continuación.

Lluvia, Sol y Semilla

En los altos de Aksai Chin, en las bellas montañas, con un esplendoroso azul montaña, cubiertas por las gruesas capas de nieve en sus laderas y picos, tan calmadas como si los fantasmas de los pacíficos reyes perdidos trajeran el sonido de los sedantes vientos del este. Tierras más planas se encontraban rodeadas por estos monstruosos montes, en las que un río virgen y de aguas cristalinas recorrían las planicies y las faldas de las cordilleras, en un solo camino trazado por el fluido de la pureza que no parecía tener un fin. De las verdes tierras planas nació Lí Míng.

Ella emergió de la tierra con su coraza pálida que el profundo abismo había expulsado de su podrido corazón, ocultada en las entrañas de la tierra a penas unos dedos cerca de la superficie. Tài Yáng y Yǔ con sus poderes alimentaron la tierra de una joven Lí Míng, los rayos de encandecente luz alimentaron de vibra el subsuelo, mientras que las gotas del elixir llorado por los cuerpos blancos en el cielo concedieron la más de las puras vitalidades. Con estos manjares de la vida, Lí Míng creció lenta pero esplerosamente, abriendo lentamente su armazón de hierro crudo para tocar y sentir las palpitantes fuerzas del universo. Así Lí Míng surgió entre las pubertas tierras.

Vitalidad

Nushi había recorrido largas distancias desde su pueblo de piedra hasta las jóvenes tierras cerca de las comarcas de las especias exóticas. Joven aventurero, buscando su gloria, encontró la paz en un descubrimiento extraordinario. Lí Míng, ahora tan vieja como los árboles, se mesia con las leves brisas del viento, alimentada por las lluvias de Yǔ y las centellas de Tái Yáng. De tamaño impresionante, sus raíces se juntaron en una espiral que emergió del suelo en una coraza para su latente corazón dorado, pero sus raíces se extendieron más hacia arriba para tomar un camino propio cada una, con formas torcidas y únicas.

Pequeñas ramitas crecieron de cada uno de los extendidos vástagos para crear brotes de telas puras tan parecidas a la nieve blanca, pero tan únicas como la seda más delicada. Susurros de conversación enigmáticos se mecían en los aires, eran los de Lí Míng quién había aprendido las artes arcanas para alimentar con sus tayos subterráneos, alimentaba a las cuevas inexploradas por los seres mente única, pero donde habitaban los secretos de las entrañas hechas de rocas y metales.

La Travesía

—¡Tierras verdes!— Gritaba Nushi a su pueblo. Artesanos de arcilla, artistas de comida, trabajadores de los regalos de la tierra, hasta jóvenes familias y toda gente que viviera en su pueblo fue llamado al centro donde celebraban con danzas al fénix traído por la luna. Contó de las montañas y planicies, tan viejas pero tan jóvenes al mismo tiempo. A la mañana siguiente, todos le siguieron en una ruta de pastizales, piedras y caminos secos y rotos. Pues su hogar se estaba convirtiendo en un lugar de pastos amarillentos, agonizantes y cada vez más infértiles. Caminaron agobiados en una hazaña digna de un verdadero ejército. Sus pies se resecaron, sus alimentos escasearon, el frío se llevó por delante a los más débiles, todos con temor y desolación, acampando donde sea que se refugiasen para descansar del tortuoso camino. Pero su unidad era inmejorable. Sus corazones y sus mentes de sincronizaban por las mismas causas, las canciones de chicos pícaros y de antiguas leyendas regalaban fuerza a sus agotados espíritus, pues todos anhelaban encontrar ese lugar prometido.

Cuatro días. Cuatro días de viaje siniestro, tuvieron su recompensa. Mares de pastizales verdes, tan extensos como el Caspio, prominencias de pedruscos tan altos que en sus picos las brisas se vuelven gélidas, un río vibrante y cristalino que recorría sin temor las uniones entre los cerros, hasta más allá donde la vista no alcanzaba. Y en el centro, en donde todo se podía apreciar desde las bajas distancias con gran belleza, estaba el brote de la vida. Lí Míng vió a los campesinos sintiendo sus cercanas energías, tan quebradas, pero a la vez alegres y amables, ayudándose los unos a los otros para hacerse un punto en aquellos terrenos. Ella convaleciente se sintió, entonces juró a los vientos darles un lugar a su alrededor. Por primera vez, se sentía como una verdadera guardiana.

Llantos del Sol

En el desierto se encontraba aquel guerrero. Este guerrero que vestía telas negras hechas de las lágrimas de una joven oveja, una armadura de cuero grisáceo creada con la piel arrancada de miles de devoradores de pasto, y un casco de una belleza demoníaca fundido con el hierro puro traído del poso de las penurias. Portaba su gran hacha de mango revestido con sangre de banquetes de peces, una hoja hecha de un solo lingote de volframio traído de las minas más impresionantes del Cáucaso, así como un filo capaz de cortar alas de ángeles. Fornido como un espartano, alto como Goliat, tan ágil como los felinos. Pues su pelaje de tono marrón, su melena de un resplandeciente dorado, sus ojos semejantes a esmeraldas perdidas en el vacío y su cara digna de un leo le daban su gloria y rareza. Pero su furia era ahora lo que corría dentro de su espesa y aguerrida sangre.

—¡Dónde Está!— Gritó el guerrero a su opuesto. Quién era un ser de forma humana como el mismo. Sus tegumentos eran de un color negro nocturno, con escamas duras y secas, músculos tan grandes y remarcados como el felino bélico. Una cola alargada empezaba en su espalda y terminaba en una punta blanquecina, su cabeza era como la de los reptiles provenientes de mitos sobre horrores voladores que expulsan fuego de sus fauces. Sus ojos de un tono gris dilatado y tan inexpresivos como sus propios labios. Vestido con una falda de cueros bovinos, un collar con una perla negra deslumbrante en su cuello, símbolos sombríos dibujados del líquido color escarlata de quién sabe, cuántas víctimas. Sentado con las piernas cruzadas, sintiendo el pequeño aire golpear débilmente su cuerpo junto al calor impetuoso. Miró, indiferente a la proclamación de su opuesto, el aire se sentía tan amargo como un Sello de Salomón crudo por la mañana.

—Está dónde los seguidores del Fuego la puedan observar… Está pérdida con los humanos. Entre montañas de belleza que esconden las miserias de los seguidores de la lluvia y el sol.— Dijo el reptiloide, con voz de bajo hizo saber de lo que había pasado al león.

—… ¡¡MALDITOS SEAN!!— Gritó estás palabras de forma que inundó de su insulto el gran silencio, lleno de ira y frustración. Tomó con fuerza su hacha y la golpeó varias centenas de veces contra la arena. Una ráfaga de potencia de brillos verdes se llevó por delante de él arena y hasta al propio viento puesto ahora en contra. Con suertes de grandes líneas de cortes, sus ataques liberados por su hacha despejaron un camino profundo y largo, hasta que se desgastaron y desintegraron. Cuando detuvo sus furiosos golpes, respiró de manera agitada por el gastar de sus fuerzas. Pero rápidamente se renovaron, sus ojos voltearon a ver al draconiano. Con un solo movimiento lanzó su hacha hacia el cuello de este… Pero la detuvo en un repentino frenamiento. Levantó una nube de polvo que se disipó en unos breves instantes, cada grano cayendo de nuevo en el desierto. El releje rozaba lateralmente el cuello del escamoso, quién ni siquiera se inmutó.

—Dime… Dónde está ella. O te cortaré en el cuello, de manera tan profunda que únicamente podrás sentir la sangre inundando tu voz… ¡Así que habla!— Gritó de manera amenazante el fiero mercenario. Pero de nuevo, el amenazado ni siquiera se sorprendió. Aun así abrió sus labios para relatar una guía para el soldado con melena.

—Ella está en una nueva aldea. De casas de raíces hechas por ella misma, montañas de picos blancos y cuerpos grises. Pero rodeando una gran planicie dónde el centro es ella misma. De pastos tan verdes como los que rodean el Nilo. Pero entre varias montañas atraviesa un profundo río de aguas transparentes, sigue su curso que parece interminable. Aun así si sigues su flujo, encontrarás lo que buscas… Pero también. ¿Por qué deseas encontrarla después de abandonarla?— Con las pistas tan claras como el agua, el melenudo bajó su hacha y la guardó detrás de su espalda, en una funda pegada a su propia armadura. Miró severamente al reptiliano, y tras unos segundos de escuchar su pregunta, respondió.

—Yo la rescaté… La rescaté hace cinco decenios de los aspirantes de la lumbre y los diluvios. Atacaron el jardín en la sagrada tierra de los semitas, en un despilfarro de vida abrazada por la muerte en las llamas y las lluvias torrenciales, que ahogaron sus bocas hasta la muerte. Yo nací y crecí en ese santuario y me hice un guardia del lugar… Pero entonces ocurrió esa tragedia, que ni los más poderosos y fornidos peleadores pudieron frenar. Entonces una sabía me asignó a ella… A la que traería la vida en el desierto y terminaría con el dominio del fuego y el agua… Pero me la arrebataron sujetos iguales a ti. Y por eso no me molesté en partir en dos a tus compañeros… Parece que me terminó dando resultados.— Sus labios se movieron para sonreír acompañados de una leve risa entre dientes, mientras compartía una mirada con los ojos de el de pieles rígidas.

—Te deseo suerte en tu camino… Gran Leónidas.— Burlándose con estas palabras, el reptil volteó su cabeza para mirar el horizonte. Mientras que el combatiente ladino comenzó a caminar en dirección al Este. Había perdonado al dracohumano, pero… No sabría de su torturante camino, antes de llegar al diáfano torrente.

Prados Grises

El león observó con terror el paisaje que estaba a sus anchas frente a él… Las montañas derritiéndose entre cantidades inconcebibles de sangre de las nubes, poco a poco desfigurando sus formas mientras sus duras piedras caían desde lo más alto y chocaban contra el suelo, rodando y llevándose consigo todo a su paso. Barro escurría como ácidos que se abren paso de la piel hacia la carne, el cielo negro rugiendo con la furia más ciega, como si los dragones de los vientos hubieran aclamado venganza. El gran río que siguió por treinta días y treinta noches, seco completamente, se encontraba, pues su flujo flotando estaba para formar la figura de un monstruo alado que arremetía sin temor contra su objetivo.

La gran planicie de jóvenes hierbas menores, ahora era consumido lentamente por un gran círculo de fuego bestial que se extendía desde los inicios de la joven vegetación hacia adentro. Reducidos a cenizas negras despedidas de cualquier pureza, en silencio gritaban y pedían ayuda a su más cercana. Fuego y agua al unísono se encontraban en un paisaje de lenta destrucción y agonía, que lentamente ambos disfrutaban. Pero un último acto de rebelión se concentraba en el centro del gran páramo. Un escudo hecho de las esencias místicas de colores cetrinos, que se desprendían como humo de los siniestros desde la punta de los vástagos de Lí Míng, que tan calmada como valiente, generaba ramas espectrales hechos de su energía en un tamaño majestuoso. Las puntas de la corona de fuego se retorcían en lanzas hechas para desgarrar y calcinar, el cuerpo hídrico serpenteante embestía con su cuerpo en sincronía con el fuego. Pero las empaladoras raíces de energía verde, defendían con verdadera fuerza digna de reyes a la cúpula que protegía a la maestre que los controlaba.

En el interior del domo, se encontraban llorando, abrazándose y en cuclillas hombres, mujeres y niños. Murmurando palabras de pánico y temor, fuera de sus casas. Su protectora se negaba a rendirse, pues su juramento era de absoluta palabra, hasta la muerte. El felino humano apreciaba con impresión aquella escena, incomparable a cualquier combate que había visto. Rápidamente, su seño se frunció y mostró los dientes en una expresión de determinación. Sacó su acha y la empuñó con fuerza entre sus manos, comenzó a dar pasos hacia adelante, a pesar de que sus pies estaban secos y agrietados por las llanuras de piedras. De sus pupilas desprendía líneas de energía de color esmeralda, en el filo de su arma concentró su magia, que se desprendía en una encandecente luz verdosa, únicamente concentrado por la determinación de su portador. Dio un gran salto hacia adelante a punto de aproximarse al centro de la batalla, para salvar lo que juró proteger. Bajó los brazos rápidamente, se preparó para jalar su arma con todo hacia adelante, mientras concentraba más y más de su magia barbárica… Pero antes de poder dar el golpe de gracia, algo lo detuvo.

Sus muñecas, tobillos y cuello fueron invadidos por una sensación de cuerdas duras y frías, que lo arrastraron con todo hacia atrás. Su arma se desprendió de sus manos, su equilibrio se perdió, sus ojos dejaron de expulsar brillo, su determinación se nubló, su mente se confundió. Despojado de su segur que cayó al suelo y lentamente se fue arrastrando por el agua, el gran león se despojó de la razón. Gritó "¡NO! ¡LA VOY A SALVAR, DÉJENME IR!", a quién fuera que estuviera manejando las cadenas. Las gruesas y alargadas leontinas lo siguieron jalando lentamente para atrás, pero el guerrero se reusó a renunciar. Jalo con todo su cuerpo hacia adelante, desafío a las cuerdas de metal, que también respondieron con más jalones más intensos. El ladino lentamente perdió la batalla, rogó y rogó, pero sus penas nunca fueron escuchadas. Más cadenas lo tomaron de más partes, sentía como su moral se rompía lentamente, su espíritu se partía, sus ánimos se perdían. Rugió y siguió luchando, pero finalmente cedió. Sus piernas cayeron hacia adelante directo al suelo, seguido de su torso. Fue arrastrado hacia muchos metros atrás de la escena de combate, pero aún seguía suplicando "¡TENGO QUE SALVARLA!".

Dos pies con cuatro dedos, cubiertos de una piel de escamas azules, bloquearon su vista hacia la titánica batalla. Levantó lentamente su cabeza y miró un rostro… ocultado en una máscara. Un ser humanoide, con una túnica que cubría sus hombros hasta sus tobillos. De telas blancas, con manchas de color azul por todas partes, con campanillas de tono añil y un símbolo en el hombro derecho de un río en espiral. Su antifaz de cráneo de reptil, con muchos cuernos traseros pintados de pigmentos índigos, mientras que las corazas en la mandíbula y en la cabeza tenían símbolos sibilinos hechos con los restos de ojos garzos. En las cuencas sobresalían los ojos de aquel Ser frente al león, que irradiaban un color gualdo, reflejando su alma vacía y calma.

El león miró perdido entre la desesperanza y la culpa aquellos resplandecientes pero secos luceros. Entonces preguntó con una voz quebrada "¿Por qué?"… Entonces la mano del enmascarado se movió y tiró un polvo zarco a su cara, que el gigantón respiró. Tosió e intentó levantarse, pero fue frenado por las cadenas que lo pusieron contra el suelo una vez más. Miró hacia el vacío, su alma se había quebrado. Lentamente, comenzó a perder las sensaciones en su cuerpo, dejó de sentir sus piernas, sus brazos, su torso, su vista comenzó a nublarse, entonces, cerró lentamente los ojos, hasta que ya no pudo ver, recordar ni oír nada más, que el vacío del mar de la inconsciencia.

Frutos de la Venganza

Abrió sus ojos entre la confusión y el nuevo despertar, entre recuerdos pálidos, en un psique perturbado. El león guerrero miró hacia arriba cuando sintió cada parte de su cuerpo a la par que reincorporaba su visión. Rápidamente, intentó levantarse, pero su fuerza fue aplastada por una serie de cadenas, con sus manos adoloridas posando sobre el suelo y sus piernas de rodillas, en una posición de humillante súplica, casi de lamento.

Miró, hacia sus alrededores, de este a oeste, estaba en el interior de una vivienda, concretamente una casa de paredes de piedras y ladrillos tan viejos como la esvástica y un piso de madera de tonos de marrón oscurecidos, tan antiguos como la vida en aquellas tierras. Respiraba de manera medianamente tensa, hasta que miró hacia adelante. Su respiración ligeramente perturbada se frenó en un abrupto silencio, sus ojos se enfocaron en nada más que el rostro de lo único que ahora podía percibir, entonces ignoró todo lo demás para solo concentrarse sobre este presente, en un mar de ira contenida y recuerdos amargos fulminantes.

—… Veo que aún sigues con vida después de todo.— Su crudo tono contrastaba con sus palabras, era claro que no se anticipaba a nada de lo que esperaba.

—Es un gran placer verte, después de la vez que inundé los jardines— Respondió con cierta diversión cínica su adversario. Su aspecto era imponente y de aura de poca confianza. Su silueta de humano, una altura comparable a la de un hombre corriente, una cola que sobresalía detrás de su cintura y de sus vestimentas, su cabeza tan particular de un saurio con dos cuernos traseros de malva. Su piel de escamas albinas seca, pero joven, dedos con garras cortas de un color amarillento al final de cada uno, sus pies carentes de la cobertura de su ropa poseían cuatro dedos con las mismas garras de sus palmas, dos ojos de tés garzo nublado y una resplandeciente cresta de ocho plumas cárdenas inclinadas hacia la dirección del viento.

Sus ropas mostraban la dignidad de un maestro de hierro en artes elementales, bajo el uso de un portador pérfido. Una túnica alargada hasta posar con suavidad en el suelo, de una tela plomiza traída de las cadenas del Arakan y patrones de efigies que se extendía desde el cuello hasta el final de la prenda. Aquellos símbolos hacían centellear una unión entre dos cosas. Entre dos fuerzas, entre dos entes, entre dos elementos, entre el fuego y el agua, entre la calma y la furia, entre la locura y la parsimonia, entre el dragón guerrero y el dragón sereno.

Pues sus cuerpos se entrelazaban entre aquellos ideogramas creados encima como recorridos de tinta chorreando sobre el tejido, en espirales de bermellón y astral. Por debajo de su toga única, vestía una simple camisola blanca en su torso. Pero aparte de ello, su más tétrico rasgo era su mandíbula. Con total nulidad de piel, su maxilar inferior era una pieza de grueso metal templado, con puntas afiladas simulando ser sus dientes, junto a varias palancas y mecanismos fundidos en el interior de su boca, que le permitían con toda fluidez poder hablar y moverla. Observó con cierto placer enfermizo plasmado en sus ojos al débil y encadenado guerrero.

—Parece que has recuperado tu mandíbula… Dime, pobre e inmundo, desgraciado, ¿quién se molestó en ayudarte a seguir con tu camino? Estabas tirado como un perro en el desierto, yo te vi morir…— Dijo el leonino con una tonalidad de incredulidad y seriedad.

—Ja ja… Eres poco ingenioso al matar, Raman. Perdí mucha sangre y me desmayé, si, pero no me aniquilaste. Me miraste con una pizca de piedad en vez de apuñalarme en el corazón, y te fuiste sin nada más que hacer que buscar esa semilla… Un gran error de tu parte, Raman. Y sobre quién se dignó a darme un auxilio, digamos que fueron los hombres de máquinas.— alegó con la misma escala de diversión, con leve placer demencial en sus palabras.

—Debí suponerlo… Las ratas solo ayudan, ¡a las ratas!— Gritó con fuerza manchada de enojo, feroz a la par que hizo con todas sus fuerzas intentar levantarse con sus piernas y abalanzarse en contra de su contendiente. Pero fue al poco tiempo de aplicar está acción, mermado y mandarlo una vez más contra el suelo, de cuclillas y palmas contra el piso. Refunfuñó de manera menguada. Miró durante unos segundos con cierta impotencia al suelo y levantó su cabeza para volver a mirar a la cara a su apresador, que soltó una leve carcajada tras ver al acto del combatiente reducido por las cadenas, aparentemente sonriendo por el gesto arrugado en sus mejillas.

—Tonto… Sigues siendo tan tan tonto, bruto e ingenio. Pensaste que me habías parado, pero cuando comprobaste que no fue así, me dejaste vivir. Aún sabiendo que maté a tu familia, a tus amigos, a tus maestros, a la mujer que amabas… Tu corazón lleno de piedad, es tan crédulo y necio como el sabio que busca la razón de la crueldad… ¿Cómo te hace sentir ello al respecto, pobre melenudo?— Exclamó el reptil, con sus crueles palabras que se erguían en el pasado violento, como estacas de metal ardiente en el corazón del orgullo de Raman, como si aquellas atrocidades fueran logros de lo más a destacar y celebrar.

Se mantuvo en silencio por varios segundos, mirando con impotencia y cólera al opuesto. Hasta que recuperó el aliento para, únicamente, seguirle el juego.

—Supongo que tu querida "esposa" no se lamenta de estar enterrada doscientos metros bajo tierra con mi primera acha, ¿o me equivoco?— Contestó con suma frialdad, tratando de no mostrar pena alguna, pues su ahora débil corazón se estaba machando de un gris inmundo.

El servil frente suyo dejó de mostrar ese gesto de sonrisa y sus fanales ahora penetraban con solo la vista el alma del león, en un silencio petrificador. Entonces, solamente de varios minutos de recuerdos y otearse con profundo odio, se rompe finalmente el silencio.

—Es de mi gusto decirte, que ya tengo algo para que me recuerdes… Y para que veas que soy muy considerado.— Ahora arrugó aún más sus mejillas y labio superior, en una media sonrisa psicópata. Sacó algo de entre su mano derecha, el combatiente apresado ahora se mostraba con un gesto de confusión, pero sin dejar su seriedad. Entonces, tan rápido como un águila tomando al pez con las garras en el río, su diestra se abalanzó hacia adelante y perforó el hombro de Raman con una espina de un morado siniestro. El apuñalado rugió de dolor para a los pocos segundos contener su sufrir, soltando jadeos levemente tensos a causa de intentar soportar. La espina se quedó allí, haciendo lugar en la herida profunda de dónde cayeron varias gotas de sangre hacia el suelo. Raman intentó volver a forcejear para liberarse, pero de nuevo las cadenas le ganaron. Levantó la cabeza y con una leve expresión de sufrimiento y enfado, miró al escamoso.

—Que tengas dulces sueños, Raman, El Último.— Con completa apatía, el quelonio humano caminó a paso normal cerca del felino, para desaparecer de su vista y presencia. Y mientras se iba, escuchaba con total placer insano la desesperación del otro.

—¿Qué demonios es esto?… ¿Qué me has dado?… ¡Maldito! ¡Regresa aquí! ¿¡QUÉ DEMONIOS ME HAS INYECTADO?!— Gritos llenos de rabia, profundo miedo y desesperación. Su garganta comenzó a cerrarse convirtiendo sus palabras en alaridos incomprensibles. Su melena comenzó a arder en llamas color cielo, sus garras, piernas y pies se deformaron, sus huesos y músculos se retorcieron en un dolor insoportable para volver a la forma de un antepasado prehistórica. Sus ojos comenzaron a ser sellados por la oscuridad, su corazón se pudrió y se transformó en ceniza gris que salió por su boca y se convirtió en ocho piedras de ocho poderes. De la muerte del último guerrero de la tierra prometida, nacía así, la bestia de las siete furias.

El Sufrir del Río

El cielo se encontraba apenado, el pasto hecho cenizas, los cadáveres consumidos por el tiempo, las casas convertidas en miles de cenizas sin luz, el gran y joven árbol transformado en la cúspide de la vil ruina. Las montañas cantaban en una cantilena de suaves angustias, el aire pesaba como el suspiro de un enfermo en sus últimos días de vida. Allí ahora se cierne los restos de la destrucción y el caos. El río ha quedado vacío, vacío de vida, vacío de esperanza, vacío de amor. Ahora solo pasa el mito, la leyenda de que alguna vez hubo una gran esperanza para el antiguo jardín, pero ahora solo hay restos de la criada por Tài Yáng y Yǔ en petrificados e inmortales estatuas mortecinas. Ni la luz ni el agua han podido curar, ahora para siempre estancadas aquellas planicies en el crudo óbito. El que alguna vez fue un gran guerrero del jardín, un león sin cobardía, ahora transformado en una aberración, sin ojos, hambrienta de sangre y sin rastros de escrúpulo alguno. Su orgullo destruido, su justiciero sentir transformado en polvo, su moral incinerada tras la pérdida de la consciencia total.

> Cazará hasta el último día al que lo convirtió en un monstruo sin valía. Descansando sobre los restos calcinados de lo que a penas recuerda como una predilecta del sol y la lluvia. Llora cada mañana, pues su rota consciencia ansiá recordar. Pero no puede. Atorado se encuentra en una neblina de memorias corroídos por la indescifrable candidez de una vieja mente moribunda. Pero los recuerdos están allí, como león encadenado, sufriendo en un insuperable olvido de su viejo ser. En un lapso de corta trascendencia de su arcana cordura, ha hecho una promesa. Protegerá aquel lugar con su vida. Refugiado bajo el manto de las esculturas de lo que alguna vez fue existencia floreciente. El último héroe del jardín no ha caído, el último protector de la semilla no ha fallecido. Está renaciendo, como un fiero engendro del Di Yu. Lenta será su venganza, lenta será su resurrección. Pero cuando llegue, la tierra prometida temblará en inmensurable júbilo siniestro, y el último león traerá, desde la tierra de los dragones, un nuevo resurgir.

Anexo B: Se han comenzado una serie de investigaciones en las regiones occidentales de la China continental, cerca de la frontera con India. Otra investigación adicional fue aprobada por la Orden del Juramento de Salomón de la Gran Jerusalén, en un intento por comprobar lo que supuestamente se refiere como "el jardín" en los textos citados.

Actualización: Se ha logrado dar con la ubicación descrita a partir del pergamino 3 "La Travesía" al mando de una incursión de unidades de alpinistas armados y con subsidio de personal combatiente no-humano. La región es una extensa planicie de 25 kilómetros a la redonda, escondidos en una serie de cadenas montañosas. Un río previamente desconocido, se extiende desde el río Brahmaputra cerca de Shigatsé y desemboca en el lago Namtso, cruzando por la cadena de montañas y bordeando desde el oeste la planicie, atravesando zonas intermedias entre varias montañas hasta llegar al Namtso. En el centro de la llanura se encuentran los restos de un total de 17 casas destruidas por algún tipo de incendio. El poco material no dañado que pudo ser analizado de las construcciones, es de un tipo de madera similar a la de un Ginkgo Biloba.

Fuera del interior de cada casa, se encuentran varios esqueletos humanos de una antigüedad no identificada. Varios de los restos se encuentran calcinados. Se han contado hasta ahora un total de 54 cadáveres esqueléticos, en los cuales todavía no se ha podido determinar su correspondiente sexo. El grupo de viviendas se encontraba en la circunferencia de un árbol de 120 metros de altura y 12 de anchura, nunca antes visto y presuntamente anómalo. Su tronco está conformado por ramificaciones que primero se extienden en un espiral y luego se ramifican en diferentes direcciones formando la copa del árbol. Carece completamente de hojas, está completamente calcinado con varias de sus ramas están partidas por la desintegración o por el paso del tiempo. La zona ha sido asegurada mediante la construcción de una torre de vigilancia, base de comunicación y la presencia de un destacamento de alpinistas armados bajo la tapadera de fuerzas de protección ambiental. Sin embargo, no se encontró rastro alguno de FAR-044-B. Las investigaciones siguen en curso.

Actualización 2: La Orden del Juramento de Salomón de la Gran Jerusalén ha logrado encontrar entre una serie de archivos antiguos, un documento relacionado con la ubicación anómala denominada como "Jardín". A continuación se muestra dicho documento.

1649020022900.png


"El Jardín

Un lugar para
la vida, la muerte
el renacer, el saber
la belleza, la magia
para los espíritus
para las plantas
para la tierra prometida"

Si no se indica lo contrario, el contenido de ésta página se ofrece bajo la licencia Creative Commons Attribution ShareAlike 4.0 International license "CC-BY-SA 4.0 International" (Enlace a la licencia en la página de inicio).