Un Cruce por el Rin

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William Mack se encontraba junto a su grupo de hombres fornidos. Armados con fusiles caminaban bajo la tenue lluvia del interior de los bosques germánicos. Con chalecos de cuero y sombreros oscuros con una pluma esplendorosa de color rojo en la punta; las botas de cuero altas manchadas de barro y desgastadas por las piedras del camino, los pantalones y chamarra húmedos y descoloridos. Aun así, William Mack los lideraba. Aun con sus insignias gastadas por el óxido, sus pistolas sin pólvora y sus fusiles húmedos con pedernales inservibles. La bayoneta era lo único que les serviría contra una escena desafortunada, pero sabiendo de lo frágiles que eran ante la manifestación de lo inhumano, solamente eran una vaga distracción para sus posibles enemigos. "¿Para cuándo llegamos a Snyer?" Preguntó su Subalterno Johansen, con la voz cansada, desgastado por la extrema travesía.

—No hemos visto nada más que bosque, camino, lluvia, barro y piedras. ¿Acaso la Hermandad no necesita mandar a un equipo más apropiado que unos simples exploradores?— Preguntó Johansen a su superior, mientras caminaban con cautela por el barro a penas unos pasos delante de sus hombres. Pues no querían verse aislados, o peor, separados uno de todos en un camino embarroso y nublado.

—Si un comandante de gendarmería de una de nuestras fortalezas consideró enviarnos aquí, muy probablemente haya algo de mucho interés… Sé que fue difícil evitar el paso en el Rin, pero confíe en mí Johansen, llegaremos hasta esa ciudad donde se recibió el pedido de auxilio.— Contestó William tratando de mantener con esta contestación la moral de su segundo al mando.

—Pero… Déjeme recordarle. Los cuerpos de ejército del tal emperador Napoleón están en el Danubio, posiblemente batallando contra los austriacos. ¿Qué no nos dan garantía que no encontraremos una reserva? Vestimos casi idéntico a soldados británicos, o encontrarán una excusa para simplemente fusilarnos… además, recuerde que la Hermandad no se lleva muy bien con Napoleón desde los pocos años que asumió al poder. Tengo el temor de que a dónde vamos nada bueno nos espera— Contradijo Johansen, haciendo recordar la temible situación a nivel mundial.

William Mack se le quedó mirando unos segundos, ligeramente atónito por su respuesta. Entonces detuvo su marcha frenando también la de sus demás hombres, parándose firme frente a Johansen, quien también se detuvo ante la acción de su superior. Colocó la culata de su fusil en el suelo fangoso, apoyó sus dos manos en la punta de su arma, para hacer un choque de miradas con William.

—Mire, le explicaré algo. Europa se está enfrentando a Napoleón, a la par que en España está luchando la hermandad por deshacerse de la resistencia de los sublevados de Reuff, también lo están haciendo en los países nórdicos e Italia. Además, nuestro único país benefactor es el Imperio Ruso, el resto nos ha dado la espalda y hasta intentan deshacerse de nosotros. Austria y Prusia no están contentas con perder sus autoridades sobre lo paranormal, así que no tenemos más que simplemente resistir y mandar a gente como nosotros a cumplir el trabajo de los expertos, que están peleando en lugares que nosotros probablemente nunca visitaremos— Respondió William con un tono sincero.

—No me sorprendería verlo a usted trabajar en Reuff otra vez solo para disfrutar de las arcas del pobre Imperio Español, mientras vive en una casa como un aristócrata inútil, ocupando con su gran ineptitud un puesto de gran importancia solo porque es viejo.— Respondió con cierta gracia Johansen. Una nueva cara de disgusto y de cierto enojo se formó en su opuesto, quien procedió a tomar firmemente su fusil con las dos manos y mirar hacia adelante quitándole importancia a Johansen para seguir caminando entre el barro. Johansen sonrío levemente ante esa reacción, se le hacía chistoso molestar a su dinosaurio político. Tomó su fusil, acomodándolo en su hombro para seguirle el paso. Los demás hombres también hicieron lo mismo, pero sosteniendo sus armas en manos firmes de forma cautelosa.

—Sé que mi capacidad como comandante es lenta. Pero usted no tiene ningún derecho de cuestionarme ni menos de seguir con sus comentarios tan irrespetuosos. Sigues estando frente a tu figura de autoridad, respetarme como tu superior es lo mejor que puedes hacer, si quieres permanecer en tu puesto como mi segundo al mando— Aclaró William a Johansen, para intentar hacerlo entrar en un razonamiento, pero que poco o nada cambió los sentimientos y pensamientos de Johansen. Negando con la cabeza mientras soltaba una pequeña risa entre dientes, respondió.

—Para que lo sepa, una figura de autoridad ya estaría en la zona de la operación, donde deberíamos estar. No en un condenado sendero lleno de barro, mojados, mientras nos conduce a lo que parece ser solo un rumbo a la muerte o una profunda locura indigna para cualquiera de nosotros— Dejando en claro su punto, Johansen volvió a una postura más seria. Mientras que su amigo del antiguo régimen, refunfuñó sin más, tratando de ignorar sus duras palabras, sabiendo que tenía plena razón.

Varios minutos pasaron… y pasaron… caminando aún en el barro, con la lluvia que calmaba todo silencio, la neblina a la lejanía que solamente hacía más penosa la travesía, los senderos poco a poco más arruinados, con leves brisas de deprimente frío. Los árboles oscurecidos, las aún en capullos, los arbustos grandes de diversas alturas, con hojas tan negras como lo podía estar el cielo. Pues su única guía era la tenue luz del sol, que únicamente duraría hasta que la niebla y los ciclos del tiempo convirtieran a todo el lugar en un valle de la oscuridad abismal. Así fue, hasta que Johansen le hizo la sugerencia de descansar a William, quien consciente de sus piernas agotadas, decidió levantar un campamento temporal.

Los doce se adentraron en parte del bosque, bajo la sombra de uno de los árboles. El suelo no estaba tan mojado, era más un barro medio seco, gracias a las extensiones de las ramas del árbol. William hizo la orden "corten madera y armemos la tela, para refugiarnos en el fuego". Todos se pusieron a recolectar trozos de madera; algunos arrancando ramas de los arbustos, otros sacando las pequeñas ramitas de las hojas caídas, rompiendo la corteza de un árbol con sus sables para sacar algo de madera seca. Así hasta poder juntar todos estos materiales dentro de un círculo de piedras. Arrastraron piedras y algún que otro tronco caído, para hacerse lugares para descansar sentados frente a la hoguera. Johansen usó su pedernal de repuesto de su arma chocandolo contra un trozo de metal liso que traía consigo para estas situaciones. Chispas salieron y salieron, hasta que una empezó a quemar las pequeñas ramitas. Para luego generar una llama con un calor abrazador para los cuerpos húmedos y fríos de los soldados.

Levantaron una carpa extendida, en una parte del terreno, la cual ellos mismos ampliaron arrancando algún que otro arbusto y utilizándolos para alimentar las brasas de su fogata. Cuando los hombres de armas se sentaron al rededor del fuego, estiraron sus cuerpos, se sacaron sus sombreros, y disfrutaron del descanso. Uno de los soldados habló directamente hacía William, rompiendo el momento de silencio.

—Siento que solo estamos aquí muriendo. Sigo preguntándome, ¿por qué nos mandaron? ¿lo sabe en realidad, señor William?— Las palabras de la voz cansada del soldado, retumbaron sobre William, que solo supo responder con ambigüedad

—Bueno… Debemos seguir por el bien común. Algo nos han de haber confiado como para enviarnos en una extensa travesía. Seguramente obtendremos algo muy bueno de todo es-— Su intento de respuesta fue interferido por uno de los soldados, que sonaba alterado.

—¿Algo bueno? ¿¡algo bueno!? Si fuera algo bueno, no enviarían a un grupo de pelmazos como nosotros a cubrir un solo objetivo, que aparte, es un pueblo. Enviarían una compañía o incluso un batallón organizado, fuera lo que fuese, tendrían la manera y los medios para hacer que este tipo de incursiones tuvieran una buena inversión. Si son taaaan poderosos en el este de Europa, ¿por qué carajos enviarían a solo 10 hombres?— William quedó anonadado, en su garganta se hizo un nudo, su frente estaba sudando. Las palabras y exclamaciones le habían costado lo poco de razonamiento que tenía sobre la situación. Quedó en silencio unos minutos, mientras todos miraban a otra parte para disimular estar tranquilos.

—No lo sé, soldado Bern. Lo único que puedo intuir de todo esto, es que nos han mandado por error o porque quieren hacernos algún tipo de prueba, o algo así…— Respondió William con cierta inseguridad.

—Jah. Si fuera una prueba, probablemente estaríamos peleando contra prusianos fantasmales o algo más emocionante que recorrer una horrible selva fúnebre— Respondió el soldado más joven que tenía William en su unidad. El Mayor solamente se quedó en un cortante silencio, mirando al suelo, evitando excavar en la extraña y mala situación en la que se encontraban.

Así pasaron los minutos y las horas. A veces se levantaban para tirar ramas y hojas al fuego, cortando alguna que otra rama menor de un árbol o una buena parte de un arbusto. Mientras la bruma se hacía cada vez más espesa en el cielo, los soldados levantaron varias carpas y acomodaron sus almohadas, sábanas y equipamientos, para descansar en un sueño profundo. Sus cansados cuerpos no tardaron en sucumbir al suave suelo húmedo, durmiendo con sus propios uniformes para preservar el calor. Para marchar en el siguiente día, en una eterna y lenta tortura.


William se levantó quizás a la mañana o a la tarde del día siguiente, quién sabe. Ya que la única forma de saber si era de día o no, era gracias a los pocos rayos de luz que sobrepasaban a las espesas nubes grises en el cielo, mientras la pequeña llovizna hacia su calmada entrada en el panorama. El oficial estaba con los ánimos renovados viendo que ahora el temporal estaba mucho menos impetuoso. Decidió entonces dejar descansar unos minutos más a sus hombres, mientras que les decidió preparar un gran desayuno de los frascos de conserva que él cargaba. Juntó más ramas, hojas y cualquier cosa de madera que pudiera servir, prendiendo con un pequeño saco de pólvora el fuego. Alegre aun sabiendo de que su destino podría ser amargo y crudo, no dejó que esa inseguridad le abrumara.

Puso dos ramas firmes puestas horizontalmente, donde apoyó su negro y levemente abollado sartén, que había sacado de su mochila ligera de equipaje. Dentro de su mochila extrajo tres frascos, uno con carne conservada en sal, el segundo con pepinillos, rodajas de cebolla, huevo cocido y pimiento rojo cortado en tiras, todo en una conserva de vinagre, mientras que el tercero y último contenía una simple conserva de especias todas juntas y revueltas, desde pimienta, sal, pimentón, hasta orégano, un laurel y trozos pequeños de ajo deshidratado. Con sus habilidades de cocinero que obtuvo cuando estaba aislado en los Pirineos contra los franceses, cuidando de hombres sin moral, aprendió a utilizar hábilmente el sartén, las especias, la sal y la carne para hacerles platillos que renovasen sus ánimos en cada día de fría lucha aislada.

Así empleó algo de aceite de olivo que traía en una botella de cristal, utilizando su cuchillo cortó la carne para cocerla, acompañándola de las verduras y huevos en vinagre. El placentero ruido impetuoso del aceite caliente cocinando los ingredientes, era relajante y mantenía ocupado al viejo oficial. Condimento su preparación con un buen puñado del frasco de especias, mientras que usaba su tenedor para cocinar de lado a lado los trozos de carne e impregnar el sabor de las verduras con la carne. Estuvo así un buen tiempo en la madrugada, mientras los demás seguían durmiendo, agotados como siempre. Al pan duro de trigo solo lo calentó cerca del fuego, cuidando de que no se quemara, suavizando su interior. Luego, cortándolos a la mitad para hacer apetecibles sándwiches. Tuvo que tomar los panes de los demás, pues para nada le alcanzaban los suyos para saciar a todos. Para cuando toda la mezcla de carne y verduras cocidas estaban en los panes, sacó su sartén del fuego, haciendo una pila entre los sándwiches dentro del sartén, para no tener que reposarlos en la madera.

Fue hacia las carpas y aplaudió varias veces, diciendo con cierto entusiasmo —arriba, arriba, hoy es una gran mañana—, caminando una vez alrededor de cada carpa. Algunos de sus hombres tardaron más que otros en levantarse y salir de sus carpas. Unos pocos quejándose y aún con algo de sueño, mientras el resto se levantaba con más ánimo saliendo de sus tiendas de descanso. Johansen estaba entre esos primeros, siendo el primero en dirigirse a William.

—Buenos días. Supondré que nadie ha venido a enviarte siquiera una mísera carta de que estás despedido o algo así— Claramente, con un pesimismo cómico.

—Oh por Dios, no te tardaste en sacarme de nuevo una nueva queja… Y no. Seguiremos avanzando por donde deberíamos. Mientras tanto, ¡todos los demás! -exclamó a todos sus hombres en voz alta- tienen su desayuno preparado. En mi equipaje se encuentra la jarra de hierro, donde pueden hacer su té o café. Sobró pan así que son libres de comer de los frascos si les apetece.— Así las caras de los soldados, se llenaron de unas encantadoras sonrisas de labio matutinas, algunos yendo a trotar para ser los primeros en sentarse en los troncos y comenzar a reforzar sus reservas de energía corporales. Todos compartiendo y conversando, a excepción de Johansen, que se mantuvo junto a su superior para tener una charla.

—Así que… Seguimos sin saber a dónde vamos, bien, perfecto. ¿Qué vamos a hacer si nos encontramos algún animal salvaje o algo así?— Preguntó Johansen mientras estiraba los brazos.

—Oh por favor, no hay casi animales peligrosos por esta región. Y aun si nos encontramos con uno, solo basta con dispararles o golpearlos en la cara con nuestros sables o cuchillos. Nada del otro mundo. ¿Por qué?— William dirigió su mirada hacia Johansen, para esperar la respuesta.

—Me desperté en la mañana… Fue por alguna especie de ruido. En primer lugar, pensaba que se trataba de simplemente la lluvia, las hojas o alguna rama que se cayó al piso y se estaba arrastrando por el viento. Pero escuché una pisada… no pisadas cualquiera, pisadas de como si algo estuviera rompiendo y fragmentado el suelo, pero en una proporción tan pequeña como la pesuña de un jabalí. Tomé mi arma y salí de mi carpa, apunté a todos lados…

Aún quedaba algo de fuego, así que con una de las ramas medianamente grandes que guardamos, hice una antorcha. Me acerqué a dónde pensaba que provenía aquel sonido. Di algunos pasos con las botas bien puestas, y me acerqué hasta los arbustos. Entonces, fue cuando vi… Esos ojos. Unos ojos, de una criatura de una forma, hamm, completamente des uniforme, pero parecida al cuerpo humano. Eran brillantes y se reflejó en ellos la luz de mi antorcha. Entonces, decidí apuntarle con el arma, pero antes de jalar el gatillo, ya se había ido… Definitivamente, nuestro camino solo nos espera algo muy, muy malo.— Tras esta explicación, Johansen se vio ciertamente incomodado, con una expresión seria, con una profunda sensación de temor.

—Significa… Que estamos cerca de nuestro objetivo.— Respondió William, que ahora se notaba con una expresión severa.

—¿¡Qué!? Mejor vámonos al demonio de aquí, señor. Nuestras bayonetas a penas sirven para cortar madera, nuestra pólvora está mojada y alguna de nuestras balas se oxidaron… No tenemos motivos para seguir aquí más tiem-— El subordinado fue interrumpido por su mayor, con sus firmes palabras.

—No vamos a irnos de aquí. Tenemos una misión que cumplir. Con balas o con solo bayonetas, vamos a llegar al lugar, porque es nuestro deber, aún bajo toda esta red de cambios en Europa, seguir adelante y proteger a los seres vivos. Nunca te olvides de eso.— Aún con su pensamiento crítico e ideología ambiguas, su valor y capacidad de dar ánimos eran incuestionables, tal como lo demuestran sus firmes palabras, frente a su asustado subordinado, quien después de escuchar a William, recuperó la compostura.

Johansen, ahora calmado y con el espíritu renovado, fue trotando a comer con los demás, quienes les habían dejado un punto en espera de él. Se distrajo entre risas y charlas, mientras que William miraba al horizonte, a las plantas en movimiento, las hojas y los árboles, donde el sendero se perdía en un mar de verde viviente. Algo de tiempo había pasado, todos terminaron de levantar el campamento, apagar el fuego y con fuerzas para continuar la marcha hacia su incierto destino. Tomando sus armas desde la culata y apoyando la parte media del cañón en el hombro, avanzaron de nuevo en un camino de barro, las capas lejanas de neblina y las ramas de los árboles que se asomaban. Una nueva marcha monótona, una nueva visión oscura e incierta.


—Pueblo a la vista, capitán.— Dijo en tierra el soldado Blake. William y todos los demás se asomaron al gran agujero medianamente profundo. Con paredes internas agrietadas y una bajada en forma de sendero angosto, con cabañas de madera quemadas y destruidas. Sin personas, sin vida, con aires de humo y tristeza. No había cuerpos putrefactos, animales rondando, ni siquiera pruebas de qué había sucedido en el pueblo. El cielo nublado sin llovizna daba un ambiente de pequeña penuria. Todos miraron impresionados sin palabras algunas que pudieran describir lo que estaban apreciando.

—Está todo… Destruido. Como si una catástrofe hubiera pasado por aquí, pero sin dejar rastro alguno de qué lo provocó exactamente…— Dijo Blake, mientras apreciaba el penoso paisaje.

—Es hora de bajar. Este debe ser el pueblo de dónde recibimos el pedido de auxilio. Vamos a revisar y a buscar lo que nos corresponde.— Dijo William, comenzando a bajar el sendero. Sus años de experiencia lo hacían un tipo rudo, poco cautivado por el escenario que él y sus subordinados estaban apreciando. Todos comenzaron a seguirle por detrás sin rechistar, tomando sus fusiles con ambas manos y en postura para una fácil acción defensiva ante cualquier peligro. Mientras bajaban, Johansen apoyó la culata sobre su pecho con el fusil apuntando hacia las casas, desconfiado del calmado ambiente. Poco a poco los demás levantaron sus armas para hacer los mismos gestos, ya estando en el interior del leve cráter, Johansen avanzó unos pasos trotando para ver desde un sendero de piedras improvisado hacia más abajo. Se arrodilló en una sola pierna, mirando bajada tras bajada, sin ver algo en lo más mínimo interesante.

—Capitán, no noto nada fuera de lo ordinario. Solamente estamos en un sitio vacío que seguramente ya está muerto desde hace mucho tiempo. Consideraría apropiado retirarnos.— Invadido en parte por el miedo y el cansancio, el sub capitán estaba deseoso de simplemente volver a la seguridad de los muros de su fortaleza en Prusia Oriental. Pero su primero al mando tenía planes diferentes para la ocasión.

—No nos vamos a ir de aquí. Puede que todo esté muerto, pero aun así el trabajo sigue estando sin cumplirse. No voy a entregar un informe donde no encontramos absolutamente nada, vamos a ir al fondo de esto y resolver este misterio. ¡Soldados! Repliéguense en dos grupos de a cinco, uno que vaya a revisar las casas a la derecha y otro a la izquierda. Yo y mi subalterno vamos a resolver un asunto.— Con las órdenes claras, el pelotón se dividió en dos. Con las armas a punta de bayoneta y correctamente cargadas, exploraron los exteriores e interiores de cada casa. Mientras William se dirigía al lado de Johansen para hablar, los demás soldados solo encontraban estructuras quemadas por dentro y fuera, sin nada más impresionante que madera carbonizada. O al menos, eso estaban viendo por ahora.

—¿Por qué insistes tanto en irte? Desperdiciar horas de pies cansados caminando sin encontrar nada, no es muy buena forma de terminar nuestra pequeña expedición.— Declaró William frente a Johansen, que se encontraba sentado con su fusil apoyado con culata en suelo, sujetándolo de ambas manos.

—Tal vez porque vi un monstruo anoche, ¿no cree que es bastante prudente simplemente irse y dejar que otros más preparados tomen el cargo?… Entiendo lo de su vieja gloria completando tareas y desafíos imposibles, pero eso ya es estúpido. Es ridículo. No somos héroes ni seremos recordados por serlo, Mack. Tú sabes más que nadie que no nos corresponde estar aquí. Me vale una mierda que haya historias de simples palurdos que dominaron islas anómalas en mares desconocidos o que domesticaron bestias con solo unos palitos, pero a mí ni a los demás nos conviene. Son cosas peligrosas que merodean cada esquina, pueden matarnos sin muchos problemas, imagino que tú mismo lo has visto en España. Así que te pregunto, ¿qué carajos buscas aquí?— Las directas palabras de Johansen provocaron en William Una molestia. Una molestia leve, pero visible, miró con cierto enojo a su opuesto, mientras esté ni siquiera le devolvía la mirada.

—Ya te lo había dicho. Tenemos un deber que cumplir, y si tú no eres lo suficiente valeroso como para aceptar está carga, entonces puedes despojarte de tus-— Interrumpido por el joven con el que discutía, este se paró rápidamente y lo miró con una mirada severa y profunda, que le frenaron sus aires de superior de un momento a otro.

—Si ibas a decir honores, tierras o la mierda que fuese, te advierto que no estás en tu maldito régimen de poder absoluto dónde el oficial es la máxima autoridad. Tú solo estás hecho para comandar, no tienes ningún derecho de despojar a nadie de absolutamente nada -Johansen levantó su mano derecha y puso su dedo índice en el pecho del contrario, apoyándolo directo en sus ropas- solo eres un ridículo aristócrata conservador, que solo aceptó su trabajo en la hermandad porque le tiene miedo a la muerte.— Duras palabras, duras verdades. William ahora tenía una expresión de ira en sus ojos y rostro, su honor había sido aplastado, su agrio orgullo pisoteado. Sabía que lo que dijo Johansen era más que cierto, pero admitirlo le costaba. Pero cuando quiso responder, un gritó y un disparo secuestró la atención de ambos.

En la cabaña con el techo calcinado, pero con la mitad de las paredes aún en pie, con la puerta rota, todos corrieron a esa casa para rescatar al soldado que, cada uno de ellos desconociendo de lo que había sucedido. Se asomaron por lo que antes solían ser paredes, para avistar la peor escena que sus ojos hayan visto alguna vez. Una criatura grotesca de piel pálida, con dos piernas de caballo, un torso del doble del tamaño del cuerpo humano, cuatro brazos uno abajo del otro iguales a los humanos. Una cabeza con la forma de un toro, pero con el hocico partido en cuatro partes que se movían como si fuesen simples trozos de piel suelta frente a la corriente del viento, con deformes hileras de dientes y tres lenguas de un color morado, que se torcían unas con las otras mientras gotas de baba combinada con sangre caían al suelo, o más bien, al abrigo de cuero del soldado Blake.

Blake se encontraba tirado en el suelo, totalmente tieso. Su arma estaba tirada a un lado de la bestia, con el cañón completamente doblado. Su rostro tenía un gran hoyo desuniforme, con trozos de sus sesos y carne aún visibles, manchados de baba negra y sangre, que hacían un jugo repugnante digno de la merienda de un demonio. Claramente, sin vida, el joven soldado encontró su destino no en la gloria, sino en una muerte espeluznante, donde aquella cosa se había devorado su rostro hasta partes del cerebro, la lengua y la garganta. Todos se horrorizaron temblando y titubeando, incluso Mack que, con años de experiencia, ahora dudaba de su propia capacidad. La entidad saboreaba la sangre del desafortunado Blake, hasta que Johansen, en un arrebato, sacó su pistola y disparó con firmeza contra la nuca de la monstruosidad que estaba frente a todos… pero la bala no hizo más que solo rebotar.

El segundo al mando abrió sus ojos con gran sorpresa, presenciando como su valentía era destruida por el inundante y asfixiante miedo. El humanoide dejó de mover sus lenguas y se puso estático, para retorcer su torso y dirigir su mirada vacía hacia los hombres aterrados. Todos le observaron con el corazón en la boca, completamente paralizados… hasta que Mack rompió el silencio de manera brutal.

—¡¡FUEGO!!— Gritó con todas sus fuerzas, todos levantaron sus armas largas casi al unísono, disparando combinados todos con todos. El humo de la pólvora inundó por algún tiempo el espacio, nublando la imagen de aquella criatura. Pero fueron solo segundos hasta que el aire disipó la mugre… y la bestia seguía ahí, como si nada. Las balas solamente rebotaron en su piel, ningún rasguño le habían hecho, era inútil atacar. La monstruosidad entonces dio un paso y abrió su gran boca, saliendo de sus fauces un rugido titánico, que terminó por destronar el poco valor que les quedaba a los hombres de guerra.

—¡¡CORRAN!!— Fue la siguiente orden del capitán, despachada tan rápido de su garganta en cuanto escuchó el bramido del ser inhumano. Todos inmediatamente corrieron en dirección al sendero, mientras la bestia se abalanzó con sus brazos al suelo, contrayendo su torso y pisoteando a dos de los soldados, partiéndolos en dos con una fuerza extraordinaria. Los gritos cortos pero agonizantes de dolor frenaron al pelotón, quienes ahora con sus armas nuevamente cargadas mientras retrocedían, dispararon de nuevo contra la bestia… Pero sus esperanzas de hacerle daño fueron tan ciegas, que vieron con sus propios ojos como las balas rebotaron sin más. Todos volvieron a correr mientras sacaban sus sacos de pólvora, balas y cucharas de recarga, tres más fueron tomados por los brazos del engendro traído de las profundidades de las pesadillas. Los chocó a cada uno con sus seis brazos mientras gritaban, lentamente ahogando sus gargantas, presionando sus estómagos y espalda uno contra otro, hasta que los partió a la mitad en una explosión de sangre, órganos y tripas colgantes. Tiró sus torsos sin vida al suelo y retorciéndose nuevamente, con un solo salto, aterrizó sobre el sendero y volvió a rugir, ahora estando solo a unos pocos pasos largos de los otros hombres aterrados.

Todos volvieron a correr, olvidándose por completo de sus armas, menos Johansen que recargó con una última bala su pistola. La bestia los siguió a pasos retorcidos, sabía que era más rápida que todos ellos, pero le gustaba el sabor de su sufrimiento. Los hombres de armas volvieron a sumergirse en el bosque, perseguidos por aquella cosa por detrás.

Uno a uno comenzaron a caer, el octavo se tropezó y su cabeza se rompió en un charco de cerebro y sangre cuando la criatura le pisoteó la cabeza. El séptimo salió disparado de un gancho del mutante desde el cielo que lo estrelló contra los árboles para morir con el impacto. El sexto fue pisoteado por los brazos del endriago, sus huesos se partieron, sus músculos se rompieron y sus órganos se convirtieron en puré. El quinto fue agarrado por una de las manos en su nuca, su cuello fue triturado en un solo apretón como si fuese gelatina en la palma, y su cuerpo desnucado solo fue tirado al suelo sin más. El cuarto trató de disparar su pistola mientras miraba a la bestia y a su vez corría por su vida, pero la cosa lo tomó del brazo, luego del otro, se los arrancó como si fuesen simples ramas de un árbol, y dejó caer el resto de su cuerpo, en una dolorosa y lenta agonía hasta su muerte. El tercero quiso tomar valor y confrontó al adefesio, pero para cuando quería reaccionar con su pistola, su cabeza fue engullida en las fauces del aberrante, y fue devorada en un extasiante crujir de huesos y órganos, a la par que su cuerpo caía sin más vida al suelo.

La bestia no tardó en tener a los últimos dos al alcance de la mano. William tropezó y Johansen se detuvo, para socorrer a su oficial. Cuando vio que la birria viviente se avanzaba para quitarle la vida a los dos, el joven le apuntó firmemente con su pistola… y el espantajo viviente detuvo su movimiento. Lo miró con sus ojos vacíos y diabólicos, mientras él tenía el pulso tembloroso, respiraba de manera agitada y su frente sudaba, pero ante la evidente muerte segura, ahora la estaba confrontando. El demonio levantó su cabeza y su torso, mirando desde lo alto a los dos. William igual de asustado que Johansen, y ahora los dos igual de confundidos. La grotesca boca de la criatura se fusionó formando el hocico de un bobino, correspondiente con la forma de su cabeza… Y comenzó a mover sus labios y a decir palabras.

—Un sacrilegio al maligno… y podrás salvarte, Johansen— Su voz era igual a la de un humano adulto, hablando el mismo idiota y ascenso que los dos pobres humanos. Johansen se mostró perturbado al escuchar su nombre y observó confundido a su opuesto, con los labios temblorosos, respondió.

—¿Q-…Q-qué dijiste?— Su vos temblorosa no ayudaba mucho a comunicarse, pero el ser delante de él pareció entenderle perfectamente.

—Tu amigo… El anciano. Ha cometido sus pecados… Y puedes dármelo, si quieres ser perdonado— Ahora a William más que nadie le inundó el miedo, mientras intentaba levantarse, pero solo tuvo fuerzas para apoyar el hombro de su brazo izquierdo en el suelo.

—N-no entiendo… ¿A qué te refieres?— Preguntó Johansen, que ahora más que con miedo, se encontraba confundido.

—Tu compañero, ha cometido crímenes severos…— El traído del infierno sonrío en una expresión imposible para un animal común, mientras miraba a Johansen.

—¿Cómo estás tan seguro de eso, tú, cosa horrible?— Con un tono altanero, desafío a su contrincante a responder. Ya no tenía miedo, ahora lo inundaba el coraje y la voluntad. Pero su opuesto no hizo más que largar una carcajada y mirarlo con pena.

—Tu amigo… Tu capitán… Tu superior… Trajo aquí la desgracia.— Tan claro como el agua, las palabras del extranormal ser dejaron un vacío de dudas al muchacho.

—¿Cómo? ¡Pero si nunca él estuvo aquí an-¡— Su intento de defender a su camarada fue interrumpido por la declaración del mutante bobino.

—¡Te dijo mentiras, a ti y a todos! ¡Él estuvo aquí antes! Fue hace diez años… Hace diez años, él y sus hombres vinieron aquí. A este pequeño pueblo, los mató a todos y a cada uno… Yo lo vi con mis propios ojos. Su estandarte de cuervo y águila, sus armas de grandes tubos, dispararon y arrasaron con las casas… Sus hombres con armas de metal, mataron a cada uno de los niños, hombres y mujeres. Los atravesaron con balas en sus pechos, cabezas o estómagos… ¿Y por qué? Porque un alquimista los abandonó. Dejó de trabajar para ellos y queriendo huir del mundo lleno de desgracias y muerte, volvió a su pueblo natal… Solo para ser asesinado por aquellos a los que juró lealtad… Quemó las casas, se apropió de todo lo que no estuviese en llamas, con sus propias manos disparó contra el pobre alquimista… E intentó destruirme. Pero sobreviví, William. Y estoy aquí, para cobrar tu sentencia.— Todo se sentía pesado y nublado. El incrédulo zagal ahora lo tenía claro. El pedido de auxilio era de una unidad especial, que quería recuperar los restos de la bestia supuestamente muerta… ¿Por qué si no la carta de pedido de ayuda tendría el sello levemente borrado de la cara de un lobo? Todo comenzaba a tener sentido. Querían que Johansen y William rescatasen a los sobrevivientes, pero ahora podía intuir que ninguno sobrevivió… Entonces todo se volvió verdad. Y con eso, se llenó de furia.

_Así que todo esto es tu culpa.— Con un tono frío, se dirigió hacia su apenado superior. Quien no fue capaz de mirarle a los ojos, solo mirando al suelo.

—Tenía que hacerlo… Fue por el bien común… O de lo contrario, pudo haber puesto a la región de Alemania en nuestra con— Su intento de explicación fue interrumpido por las furiosas palabras de Johansen, completamente disgustado.

—¿¡Entonces por eso mataste a toda la gente de ese pueblo!? ¿¡Solamente para vengarse de un tipo que los abandonó!? ¡Contesta!— Apuntó su pistola hacia la cabeza de William, habiendo perdido todo tipo de respeto u admiración hacia él… Solo quería una respuesta, pero en vez de eso, recibió más decepción.

—Era necesario… Era, por la unidad de los reinos con nosotros, era por-— Interrumpido nuevamente, pero ahora no por una voz enojada, si no por una de profunda pena y desilusión.

—Cállate… Únicamente eres un asesino, un mimado que no tiene alma ni iniciativa propia. Que solamente es un cobarde… Ahora mismo, te puedes pintor.— Con estas duras palabras, Johansen guardó su pistola, se giró y comenzó a caminar. Ya no le importaba, todo lo que quería era largarse de nuevo a casa. Viendo sus compañeros morir, solo quería ver al responsable pagar por sus actos.

—Espera… ¡Espera, Johansen!— William se volteó y comenzó a arrastrarse en el barro, como una alimaña escapando a la muerte, como el gusano que era. Rogó por su vida, gritando el nombre de su compañero una y otra vez… Pero solo lo veía desaparecer, hasta que la niebla disipó su imagen… Entonces la criatura sonrío, río en alto y disfrutando del momento. El anciano infeliz de William, se paralizó con los pelos de punta en ese entonces… y fue cuando comenzó a gritar más alto, esperando una respuesta, pero nada. Lo había olvidado su único compañero, despechado por sus crueles actos. Fue entonces que el ser aberrante se convirtió en verdugo. Tomó los pies de William con un solo brazo y lo comenzó a arrastrar lentamente en el barro, mientras disfrutaba cada segundo del momento.

—¡No! No… ¡Alto! ¡No quiero morir! ¡Por- ¡— Sus plegarias fueron interrumpidas por su juez, que, con su leve risa, se extasiaba de las circunstancias.

—Lo mismo te dijeron hace diez años… Pero ahora, llegó tiempo de saldar cuentas, capitán…— Comenzando a reír de nuevo, el siguió arrastrando a su víctima, lentamente, mientras imaginaba mil y un maneras de su cruel y fatal destino.

—¡No! ¡No! ¡¡NO!!… ¡AYUDA! ¡JOHANSEN! ¡ALGUIEN AYUDA POR FAVOR!— Las súplicas se juntaron con la risa cada vez más alta del martirizador, en un macabro y sombrío coro para los oídos de aquel que se hiciera llamar dios de la justicia… Mientras Johansen, caminó sin importarle nada. Había cumplido su misión. Había hecho justicia.

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